martes, 30 de marzo de 2010

Hambre y Moral


Daba nombre a un grupo de los ochenta, pero también definía la vida de dos gaditanos en la capital de las Españas.

Fernando Cañas y yo, Juan Diego Fernández, nos ubicamos a finales de 1985 en el barrio madrileño de Chueca, más concretamente en la calle San Marcos:

Una serie de cuartos seguidos constituían toda la vivienda. En mi cama desmontable intentaba dormir. Estrecha la alcoba terminaba en una ventana generosa de sol. Ahora, noche. Mis vecinos parecían no estar dispuestos al sueño. “Te voy a matar, cerdito”. Uno con voz moruna amenazaba cínicamente. “Eres un cabrón”. “Oye, gordita, dile a tu marido que es un hijo de puta”. El otro le respondía con torpe brusquedad. “Iros a vuestro país con la droga”. “Voy a llamar a la policía, hijo de puta”. También se oía. “Casero, ¿es que no se puede dormir? Vaya casa de mierda”.

En una de éstas hubo golpes a puertas y sacudidas a cuerpos. Los dos nos tapábamos la cabeza con la manta, esperando que pasara el temporal. Un agujero en una de las puertas y sangre en ella fue todo lo que vimos a la mañana siguiente. La mala vida tenía allí su morada.

Llamamos a la puerta de todas las discográficas, sin maqueta de temas nuevos. Se los cantábamos al oído. Nuevos Medios creyó en nosotros y sacamos un minielepé titulado “Soberbia”. El productor musical fue “El Reverendo”. Nos pusieron músicos de estudio para grabar, porque sólo éramos saxo (Fernando) y voz (Juan Diego). Más tarde, buscamos en anuncios dos músicos para tocar en directo: César Camarero al teclado y Luis Gómez a la batería. Y nos estrenamos compartiendo concierto con Pata Negra.

Nos colábamos en presentaciones y actos culturales para comer, beber y alternar con famosillos de la movida.

En casa teníamos contados los alimentos: 2 ajos por noche, bocatas de tortilla con foigrás, arroz con champiñones y de camino al ensayo una gran cuña de chocolate de desayuno.

Nunca tuvimos calefacción y no recuerdo que cayéramos enfermos. Buscando calor en invierno nos metíamos en El Prado o en el Ateneo, era gratis.

Comíamos en restaurantes de menús baratos: “El Tigre” (así olía) en Chueca y un chino en Lavapiés (Fernando encontró una cucaracha en el flan chino). Muchas veces nos llevábamos el rollo de papel higiénico, en casa hacía falta de todo.

La alegría se llamaba “paquetito” enviado por los papás en Correos. Salíamos corriendo por ellos. No faltaba el brandy de Jerez y el jabón de glicerina para el cutis de Fernando.

Robar dos penthouse en un kiosco. Hay cosas que no se comparten.

Nos mudamos al barrio de El Rastro, calle San Millán. Fernando vendía ropa y la crem de la crem se tomaba las cañas en La Bobia.

Con una cassette estropeada y con una pegatina de la COPE nos íbamos de falsos periodistas colándonos en los teatros, entrevistábamos a los actores y nos quedábamos a ver la obra.

Cuidamos gratis gatos en casa y gracias al dinero que nos daban para la comida de los mininos comíamos nosotros. Los conciertos por Madrid eran pocos y de poca plata.

Yo volví al Sur. Fernando aguantó un par de años más por una novia de Carabanchel, hasta que los celos y el frío le hicieron volver a su Cádiz.

Cinco meses después de su muerte, en agosto de 2004 escribí:

Se me ha muerto el hermano en una escalera
Y yo, el payaso, tengo que seguir riendo.
Soñábamos crepúsculos en el parque Genovés
y yo me burlaba de todos los lunáticos poetas.
Él se metía en el agua, poco a poco, calentita
y yo me lanzaba burro salpicando la más fría.
Nos tocaba el saxo modesto con sus desafines
y yo decía que no había órgano más vanguardista.
Él veía siempre intrigantes lenguas de pibitas
y yo le recordaba su careto de volcánicos granos.
Era el más celoso del mundo, el cornudo imaginario
y yo lo llamaba loco, mientras la novia besaba a otro.
Él hacía de Quijote, siendo mi fiel escudero
y yo me vestía de Sancho para ser su caballero.
Pareja éramos como: el gordo y el flaco,
Filemón y Mortadelo,
Piolín y Silvestre o Hambre y Moral.

(Fotografías cedidas por Juan Diego Fernández)


4 comentarios:

  1. ¡Impresionante! Me he quedado estremecido con este relato. Conocí a gente así en los días de la movida, que nunca llegaron (llegamos) a nada, y se me ha puesto la carne de gallina al encontrarme con este texto. Volveré varias veces a releerlo y no creo que me olvide ya de ese nombre, Fernando Cañas.Ni Juan Diego Fernández. Ni Hambre y Moral

    ResponderEliminar
  2. Siempre admiré, y admiro aún, aquella aventura. El disco me parece una pequeña joya (que, por cierto, no tengo)
    Salud, Hambre y Moral!!

    ResponderEliminar
  3. Se me ha quedado un gustillo amargo en el paladar al leer el texto y ver el video. Cuantos talentos hay desperdigados por el mundo y muriéndose de hambre. No lo entiendo. No cabe en mi cabeza y me niego a aceptarlo. Un abrazo muy grande para todos los que participan de esta joya del recuerdo que sirve para sacudir nuestra comodidad.
    Besos amigo Jose

    ResponderEliminar
  4. No te imaginas la alegría que he sentido cuando
    he visto tu nueva entrada. ¿Sabes que ya conocía muy bien detalles de ese piso de Madrid?...también he visto vídeos y fotos
    que me resultan ya familiares y todo por Juan
    Diego.
    Si me permites me gustaría mandar a Juan recuerdos desde aquí o que tú se los hagas
    llegar...y espero que no me corte la melena
    cuando me vea.

    "Mi azafata de vuelo"

    A volar, volar y volar
    y cuando terminemos de volar
    empezar de nuevo...
    a volar, volar y volar.
    Libres aeroplanos de poesía
    que luchan por entrar en el triángulo hangar.
    Sensual aeropuerto,
    sin controladores de vuelo,
    que en San José del Valle
    no sólo en el valle nos quedaremos,
    pues llegando al climax
    pediremos más...
    Y tras volar, vuelta a volar.
    (Perpetuo)

    Un cordial abrazo.

    ResponderEliminar