lunes, 8 de febrero de 2010

Prólogo -2-

Por Juan Diego Fernández


Su espíritu estaba en continuo planteamiento, un progresista nato que ponía en tela de juicio cualquier esquema que pareciera ley, incluído lo íntimo. Lunático desde joven, escogió a Lorca; pero más que influencias, lo suyo es instinto a flor de piel. Como su música al saxo, sin escuelas, auténticos desgarros, que vienen de dentro. Artista para todo, sin darse importancia, poesía, música, y no olvidemos sus dibujos. Trazos espontáneos que adornan y aligeran sus cavilaciones mentales. No quiero arrojar bondades gratuitas, yo que le decía que de nadie se fiase y menos de mí. Pero os aseguro que lo que más une a dos individuos es haber pasado hambre juntos y haber tenido, también, moral para salir a flote; por eso lo llamo hermano, porque nos elegimos sin el atavismo de la sangre.


Y prefiero en esta introducción a su antología poética repetir aquello que escribí estando él vivo, para la revista Jerez Ciudad, el 12 de abril de 1994, titulado "Amor, humor":
        Estos términos que titulan mi epístola, acostumbrado Mauricio, no me pertenecen. Es el último poema del padre de la poesía dura contemporánea. Claro que lo conoces, se trata de Fernando I de Cádiz y V de Jerez. Lo quieres tanto como yo y él a los dos. Pues bien, me ha visitado hace poco en Sevilla. Se presentó con perilla de chivo expiatorio. Casualidades de la vida, tú también te has dejado crecer la barba. ¿Es que te sientes cabra en el monte, Mauri sin rebaño? Fernando, aparte de su humanidad noble, me dejó este poema escueto, pero amplio. Dice que cada vez más busca la esencia de las cosas, quiere huir de sus pajas mentales. Estarás conmigo, que Jerez no puede estar más tiempo ignorante de este hijo suyo de la calle Ponce, número once. Ahí nació, jugando en la Victoria y regateando arte en Santiago. Luego, siendo todavía niño, trasladó su corte a la plaza de San Antonio de Cádiz. Y por eso el pueblo, en general, cree que este monarca grande en su modestia es sólo gaditano. Reivindico su jerezaneidad desde esta publicación ejemplar; aunque sé que esta humilde realeza detesta la notoriedad. Yo me lo encontré  allá por los ochenta, cuando él tenía 16 años, siempre andaba con personas mayores. Un adelantado. Me lo presentaron y ya escribía poemas. Nadie lo tomaba en serio, "es un crío, un plomo". La chusma injusta no caía en la cuenta del filósofo en ciernes.
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Foto: jose rasero (Ilustración del número 11 de Tres Pestes)

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