jueves, 11 de febrero de 2010

Prólogo - y 3 -

Por Juan Diego Fernández

    Fernando llevaba en sí el auténtico hálito del poeta, entre bohemio y existencialista se paseaba por los cementerios. En el de Cádiz estuvimos más de una vez para admirar lo fútil de la vida. A Fernando le inspiraba el crepúsculo y la luna. Él me contaba una graciosa anécdota amorosa a la luz del astro nocturno. La playa de la Victoria era el escenario: los personajes, una novia y él. Un revolcón en la arena y en la oscuridad. Pasan los ardores y, ya de pie, un farol descubre el pastel: los amantes se habían puesto guapos de heces de perro. Cádiz tacita de caca para los críticos, se reía burlona. Gil Cano, más de una vez nos hemos encontrado los tres en el balneario de la Caleta y hemos disfrutado del sabor de la decadencia. Fernando, alteza que no se lo cree, nos ha hecho el honor de compartir recitales con ambos. Recordarás el del puticlub "El Pópulo", la crem de la crem se peleaba por participar. O aquel otro en la Facultad de Medicina, la de bulos que se contaron sobre nuestras actuaciones. Poco a poco se fue fraguando en su cabeza el concepto de "poesía dura contemporánea", hasta dar con el poema clave de este movimiento suyo y propio.

 "Déjalo, déjalo. Hoy no estoy para juegos. Sé que es tu día libre; pero no me toques las tetas..." Esto se convirtió en canción y luego en himno, por una juventud dubitativa. Jerez no puede desconocer que Fernando, también, es el más arriesgado saxofonista de la provincia. Conmigo empezó en Niñamónica y en Madrid nos conocieron por Hambre y Moral. Para él, como creo que para nosotros, la vida es un sinvivir. Sus amores han sido tremendos, platónicos, crueles. En Madrid, por ejemplo, todas las noches cogía el metro a Carabanchel por amor. Mucho humor le tenía que echar para esas idas y vueltas. Él no cree que sea cómico; pero tú eres el primero, Mauricio de sonrisa egregia, que te has tenido que partir con él. Mi mujer bromeaba con la comida tan mala que te dan en Sevilla; él se espantaba. Tú apostillabas que tu hermana venía a Jerez para que sus niños comieran cosas sanas; él no salía de su asombro y aseguraba que en  Sevilla encontraba buenos bares. A veces, pienso que es incapaz de hablar sin la verdad en la mano. El rey nunca miente. Ahora, modernos y clásicos, podemos encontrarlo en su azotea de la gaditana calle Zaragoza. Jerez debe acercarse en peregrinación a este oráculo y rendirle pleitesía. Dios te salve, Fernando.


(En la fotografía, Fernando Cañas y Juan Diego Fernández: Hambre y Moral)

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